La crónica es un formato textual donde coexisten la narración, la descripción y los comentarios o puntos de vista personales. Por ello, constituye un género ideal para expresar vivencias que necesitan ser dichas más allá que desde un lenguaje frío y objetivamente informativo. Tal es el caso de las prácticas escolares, ya que la construcción y la lectura de la crónica dan paso a la reflexión y autoevaluación de lo transitado.
Los alumnos de la cátedra han incursionado en este tipo de texto, bajo la consigna de plasmar sus primeras experiencias en el Tobar.
A continuación, presentamos una selección de estos textos.
La primera clase en el Tobar
por Suyai Slootmans
Me desperté sabiendo que ese día iba a marcar un cambio muy importante en mi vida, estuve toda la mañana sufriendo de nervios. Me imaginaba cómo iban a ser mis profesores, mis compañeros. ¿Qué tendría de distinto a la secundaria? Es difícil explicar esa sensación, mezcla de inmensa alegría con un profundo miedo al cambio.
Al mediodía mi estómago se cerró, impidiendo el paso de cualquier alimento, los nervios iban en aumento. Había escuchado muchas historias sobre los profesores, “son muy diferentes a los de la secundaria” me decían, “Ellos dan su clase, y si no entendés no te explican de nuevo”. Después de estar un rato jugando con la comida en mi plato, decidí que no iba poder comer nada. Me bañé y me quedé sentada esperando a que se hiciera la hora.
El reloj parecía no avanzar. A esta altura tenía un nudo en mi estómago que iba en aumento. Mi cabeza se llenó de dudas ¿Y si no era lo que yo esperaba?, ¿Y si no podía entender lo que me explicaban?
Por fin se hizo la hora. Tomé el cuadernillo y la lapicera, me llené valor y fui a ver de qué se trataba ese nuevo mundo.
Cuando llegué ya estaban algunos compañeros, y poco a poco fueron llegando algunos más. Esperamos y esperamos, pero el profesor no venía (yo sentía cómo el nudo de mi estomago crecía). “El profe de historia no viene” dijo alguien.
Como teníamos ese rato libre, fuimos con Leylén, una amiga de la secundaria; y Marisa, una chica muy simpática que conocimos en el propedéutico, hasta el supermercado a comprar algo para comer. Cuando volvimos, vimos que no había nadie en el aula. ¡Nuestros compañeros no estaban por ningún lado! Fuimos a preguntar a dónde se habían ido todos, y nos dijeron que la clase de teatro no se haría en el Tobar.
Cuando llegamos a la clase, ya habían comenzado. Jugamos a la mancha, y luego, en grupo de a dos, uno tenía que hacer de espejo e imitar todo lo que hacía su compañero, lo cual fue muy divertido.
Luego regresamos hasta el Tobar, ya era la última hora, teníamos matemática. Cuando salí, la cabeza me daba vueltas, parecía que iba a ser una materia difícil. Igual me fui contenta. Ya no tenía el nudo en mi estómago. El primer día de mi nueva vida estaba terminando y, a pesar de los nervios, fue un comienzo muy lindo.
Un nuevo comienzo, una nueva historia.
por Anastasia Ocampo Barbieri
Era un lunes, un 14 de marzo. Parecía un nuevo comienzo, ya que empezaba la facultad. Compañeros nuevos, materias extrañas, profesores desconocidos, todo raro. ¿Caería bien?, ¿qué pensarían de mí?, fueron cosas que se me ocurrieron mientras iba caminando. Pero mucho tiempo para pensar no tenía, sólo el tiempo que me tomara caminar dos cuadras.
Llegué, atravesé ese portón blanco. Como es de costumbre, había llegado tarde. Un poco vergonzosa pregunté a una chica que estaba ahí dónde estaban los chicos del propedéutico. Una vez que me dijo, tomé rumbo hacia el principio de mi nueva historia.
Me topé con una puerta verde, con vidrios transparentes, y adentro, un montón de perfectos desconocidos. Haciendo el mayor silencio posible entré el aula y me senté en un banco que estaba libre. Allí me encontré con Rocío, una chica que conocía desde hace un tiempo. La saludé y hablamos unos segundos, eso me ayudó bastante a tranquilizarme.
Ese rato que estuvimos ahí se me hizo un poco aburrido, ya que no conocía a nadie, sólo hablaban de las formas de evaluación y, de a poco, los profesores se iban presentando .
Quería saber quiénes eran mis nuevos compañeros, si sabrían dibujar, qué tipo de personas eran, quería saber todo. Pero no tuve la suerte de conocerlos ese día, sino otro de la misma semana.
Ese mismo día, cuando finalizó la clase, nos dieron material para fotocopiar. Junto con Rocío fuimos a la fotocopiadora. Ahí, en ese lugar, ella saludó a una chica rubia con campera negra y una rasta. –Se llama Agustina- me dijo, -va a ir con nosotras-. ¡Por fin conocía a alguien más!
Una vez que terminamos de sacar las fotocopias, me despedí y me fui para mi casa.
Otra vez esas dos cuadras, que me hacían pensar y pensar un montón de cosas.
¿Qué habrán pensado de mí? ¿Será esto lo que tengo que estudiar? ¿Será muy difícil? ¿Será muy fácil?
Pero al llegar a la puerta de mi casa, me di cuenta que no tenía que adelantarme a los hechos. Todas esas preguntas que tenía en mi cabeza, algún día iban a encontrar su respuesta.
El primer día en el Tobar
por Gisela Montañana
Lunes 14 de Marzo.
Comenzó en el Tobar el curso propedéutico que da inicio al ciclo lectivo 2011.
Con el tiempo justo (cosa que me sucederá durante todo el año) llego al lugar de la cita.
Traigo, en mi mochila, no sólo cuadernos sino también un sinfín de interrogantes, miedos e inseguridades.
Entro en un salón casi colmado en su totalidad por chicas y algunos pocos chicos, todos ellos muy jóvenes.
Siento en un primer momento esa barrera generacional que me dice ¡qué estás haciendo acá! Realizo un paneo general tratando de hacer un sobrevuelo con la mirada por todo el lugar buscando desesperadamente ese “mi lugar”. Por fin lo encuentro. Estabas allí sola, esperándome. La única silla que quedaba a pocos pasos de la entrada. Me dirijo a ella presurosa, como intentando que mi llegada pase desapercibida.
Durante el tiempo que dura este primer día de clases, me decidí a escuchar a los distintos docentes y autoridades que hacen su presentación.
Trato de escribir algo en mi cuaderno, pero sólo logro anotar palabras sueltas: materias por promoción; cuotas; planificación; futuro…
En el transcurso del encuentro, comencé a sentirme más cómoda, más relajada.
Mis años ya no me parecían tantos y, el hecho de que mi compañera circunstancial de banco se llame igual que yo, me daba la sensación de que las distancias se acortaban. Aunque con mi pregunta -¿cuántos años tenés?- dejé de manifiesto que el fantasma de sentir que había desperdiciado muchos años de mi vida volvía, pero creo que ya no con la misma fuerza como al comienzo.
Ahora ya me sentía parte de este nuevo lugar.
Muerte a la siete
por Alonso Villanova
Corría el día quince del mes de febrero, tarde calurosa en Concepción del Uruguay.
Era el primer día de clases de Alonso, un joven urdinarraense, que teniendo su lugar, su trabajo en la ciudad natal, decide estudiar el Profesorado de Arte en el conocido Instituto C. Tobar García. El joven sale de su casa a las seis y veinticinco de la tarde, emprende su camino hacia la facultad. Su mochila va cargada con un cuadernillo, unas lapiceras y el mate, y, entre ellos, algunos sueños y expectativas.
Mientras camina, presiente que alguien sigue su paso. Observa hacia atrás y a los costados, sin embargo no ve a nadie. Él siente esa presencia. El calor y la inquietud empiezan verse en su rostro.
Apura su paso; llega hasta la plaza principal; disimula, aminora la marcha; y sigue.
El sol se refleja en su pálida tez.
Al llegar a la puerta, de un golpe cae abatido en la vereda. Todos seguían su rumbo, algunos ansiosos, otros alegres, o con cara de susto pero nadie lo veía. Sus ojos buscaban miradas, pero ninguna respondía su auxilio.
Moribundo, agonizante, se encontraba el cuerpo del joven urdinarraense frente al instituto.
La muerte lo busca a las siete en punto: la hora de entrar a clases.
Ese joven profesional, cargado de conocimientos, con una vida laboral realizada, con sueños concretados, ha muerto, y da paso a un joven estudiante, con ganas de recibir y aprender, afianzar sus sueños en la educación y en el arte, establecer nuevos lazos con él mismo y con el resto.
¡Y llegaron los de Artes Visuales!
por Carla Van Opstal
A principios de abril del 2011, luego de finalizar el curso propedéutico en el Instituto Tobar García, donde más o menos era visible que, por afinidad seguramente, se habían conformado grupos dentro del curso -por lo menos en nuestra carrera de Educación Especial-, empezarían a cursarse las clases normalmente. Era una gran expectativa para todos poder experimentar qué era eso que tanto dicen todos que, si es tu vocación y lo haces con ganas, te va a ir bien.
Enterarnos que saldríamos a las 10 de la noche todos los días, fue una gran revolución; y enterarnos que tendríamos horas compartidas en las materias de filosofía, pedagogía, historia, taller de oralidad, escritura y Tics, con los alumnos de Artes Visuales, nos produjo mucha inquietud a todos.
El primer día que entraron –“esos desconocidos”- , la gran pregunta fue ¿cuál iba a ser la reacción de todos? Por el hecho de que somos dos profesorados distintos, pero el resultado de la expectativa fue buena: hubo buena química como quien dice, muy buena onda y predisposición por parte de ellos y de nosotros. Las horas compartidas tratamos que sean lo más amenas posibles para todos, con unos mates y charlas entre medio; y hoy se puede decir que tenemos una muy buena relación.
Las clases están buenas, porque debatimos entre todos y emitimos nuestras opiniones y, aunque diferimos un poco, no es el problema, porque nos respetamos los diferentes puntos de vista y los aceptamos.
Los profesores nos ayudan mucho en ese sentido, quieren que las dos carreras hablen y expresen sus opiniones, porque es interesante y aparte para que nos conozcamos más y compartamos nuestra forma de ver las cosas desde diferentes temas.
Esperemos que esta relación entre la carrera de Educación Especial y Artes Visuales siga así, porque nos queda mucho por seguir vivenciando juntos, y mucho camino por recorrer.
Mis compañeros, esos perfectos desconocidos
por Amira Amarillo
Era una tarde muy calurosa del mes de marzo en Concepción del Uruguay. Transcurría el primer día del curso introductorio, en el Instituto de Formación Docente “Dra. Carolina Tobar García”, donde se había inscripto, para continuar sus estudios académicos, en el Profesorado de Artes Visuales. Pasó a buscar a algunas compañeras del secundario que también estudiarían en esta institución, pero no compartirían su especialidad; al menos no experimentaría esa fea sensación de ingresar sola a un lugar desconocido, lleno de personas desconocidas. Con mucho entusiasmo entró al lugar donde muy pronto pasaría largas horas estudiando; un establecimiento con muchas aulas y un patio pequeño, pero acogedor, donde ya se imaginaba disfrutando de los sagrados recreos.
Algo llamó su atención. Un aula muy grande, algo similar a un salón de actos, un alboroto de personitas sentadas en bancos dispuestos en fila y mirando hacia adelante, una autoridad parada al frente de los alumnos preparando su clase, y algunos bancos vacíos en el fondo. Entonces se apuró y entró allí observando muy detenidamente las caras de esos desconocidos. Se encontraban todos los alumnos de primer año de los profesorados de Educación Inicial, Educación Especial y Artes Visuales; eran alrededor de ciento cincuenta alumnos. ¿Quiénes serían sus compañeros de curso? Rápidamente puso su mochila en una silla, para no perder el lugar. Comenzó la clase, y todos expectantes y curiosos. Para decepción de muchos y alegría de otros tantos, esta primera clase no tuvo nada de interesante: se presentó todo el personal que estaba a cargo del Instituto, y se expusieron algunas cuestiones prácticas a tener en cuenta a lo largo del ciclo.
Llegó el tercer encuentro y los separaron por especialidad, de manera que pudieran conocerse entre sí. Ahora se encontraban en aula muy pequeña todos “los de Arte” y tres profesoras especializadas en el tema. Era un lugar diferente a las aulas que durante toda su vida escolar había transitado: las paredes estaban pintadas de de diferentes colores, de una manera muy original, y en ellas estaban colgados algunos cuadros muy artísticos. En el fondo había una mesada, una pileta y unas canillas, y una cocina que funcionaba perfectamente. Todos se miraban muy sorprendidos. Claro, estaban frente a frente con quienes serían sus compañeros durante cuatro años, compartiendo experiencias nuevas que nadie imaginaba. Se había roto aquel seudónimo con el que había llamado a sus compañeros: “esos perfectos desconocidos”, ya que se hallaba con alrededor de veinte chicos de muchas ciudades, de diversas edades, de distintos colores de pelo, de diferentes ideologías. Se dispusieron todos en ronda, para que pudieran verse sin dificultades y, como muchos suponían, las profesoras decidieron comenzar la clase con la presentación de cada uno: nombre y apellido, edad, ciudad, y expectativas para esta nueva etapa. La ronda de presentación terminó, y la clase continuó normalmente. Ahora se encontraba junto a veinte personitas conocidas con nombre, apellido y algo más, a las que habría de conocer mucho más; pero ya no eran desconocidos, eran sus nuevos compañeros de “primero Arte”.